El derecho a perderse

septiembre 12, 2017








Siempre he creído que las ciudades no son calles, ni carreteras, ni aceras. Que cuando un extraño te para y te pregunta por una dirección, no puedes decirle que siga todo recto y que luego gire a la derecha. Porque cuando respondes así a un desconocido, le estás privando de su derecho. Su derecho a perderse, a desorientarse, a descubrir nuevos caminos. Su derecho a fijarse en detalles que probablemente de otro modo no percibiría.

Si respondes "gire a la izquierda, continúe todo recto hasta llegar a una gran plaza. Crúcela y siga caminando hasta ver el parque" le habrás estropeado el paseo. ¿Por qué? Porque uno no puede recorrer caminos por otro, porque uno no puede masticar comida por otro, porque uno no puede vivir por otro. Con tu explicación de "cómo llegar a " le has trazado una línea imaginaria, le has activado un piloto automático que provocará que no se fije en los detalles y que sus pupilas no estén tan abiertas. Tú ya has recorrido el camino por él. Entonces, ¿y si alguien te pregunta por una dirección en medio de la calle? ¿Qué deberás hacer? Aunque suene anticultural, no le respondas cómo ir. Puedes acompañarle, pero nunca destriparle el camino. Si tiene prisa, trata de calmarlo. Incúlcale que se fije en los detalles, en las personas y animales y en la atmósfera que rodea el camino. Y si está sudado, persistiendo nervioso por su dirección, solo guía a su vista. Dile, "cruce por debajo de las hojas amarillas, naranjas y verdes de los árboles del parque Yamaguchi (foto 1), contemple el cielo hasta que sus ojos se tropiecen con el planetario (foto 2), bordee las vallas blancas enredadas del lago y, mire por en medio de ellas, hasta alinear su vista con los patos (foto 3 y 4). Continúe recto hasta que se eleve un gran puente coronado por árboles (foto 5), atraviéselo y siga su paseo por el camino de olivos (foto 6)." 

Así no le estarás privando de su derecho. Su derecho a perderse.





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